To led on.



To Led on.

Cuando retrocedo imaginariamente, me visualizo escuchando música, siempre lo hice, aún lo hago y estoy seguro que lo continuaré haciendo, aunque quede sordo aprenderé a escuchar con mi cuerpo.
Desde niño escuchaba todo lo que estaba a mi alrededor, soy de la época de la radio convencional, sin más ni mas, tal cual, locutor mensajes y canciones. Casi siempre estuve rodeado de la música pop, mis mayores eran quienes elegían y como sucede cuando uno es niño escuchaba lo que en la casa se sintonizaba. Pero un día alguien compró un tornamesa o tocadiscos, como le decíamos, era un armatoste plomo rectangular se desmontaban sus parlantes, así, la base resultaba ser el tornamesa mismo. Junto a este aparto llegaron algunos discos Longplay de villancicos, Los Iracundos, Parchís, música de cámara, y algunos otros que se borran en mi memoria.
Este tornamesa y sus pocos discos fueron uno de mis juguetes preferidos, me aprendí los villancicos, maltrataba el ingles de los Beatles, memoricé las canciones de los uruguayos, y por supuesto los colores de Parchís los sabía al dedillo.



Pero esa lista reducida llegó a saturarme, así que, con mis propinas fui a una discotienda por primera vez, era una que estaba cuatro puertas más debajo de mi tienda favorita de juguetes en calle Marquez.
Nunca había entrado a esa tienda de discos, siempre pasaba por ahí y escuchaba música de todo tipo, habían unas cabinas en las que los compradores podían repasar el disco que desearan. Siempre fue un sitio para adultos, pero la necesidad de ampliar mi colección de discos me obligó a visitar el negocio.
Un tipo con corbata se dirigió a mi y me preguntó -qué disco buscas- algunos segundos de silencio le dieron a entender al especialista que yo era un niño algo perdido en esos avatares, así que me preguntó si era la primera vez que iba a esa tienda, es probable ahora que lo pienso, que el vendedor conocía a todos sus clientes, le respondí - sí es la primera vez que vengo-
Me preguntó luego- ¿qué tipo de música buscas?- , le conteste que no sabia muy bien lo que buscaba.
Y luego me preguntó ¿qué música escuchas?
Le respondí que escuchaba la radio y algunos discos de rock que habían en casa (dije rock pues escuché alguna vez de un adulto que el rock era malo y habían canciones que eran satánicas, seguro en ese momento quería presumir mis inmensos 9 años)
El giró en su eje y miró hacia un inmenso estante y tomó un disco que luego aproximó hacia mi y podría describir esos segundos como horas, pues desde que vi el disco, observé el cuadro de un viejo enjuto que cargaba leña y ramas, todo en un tono verde oscuro que nunca olvidaría.
El vendedor tiró fuera el disco y me señaló una cabina libre y me dijo que me dirigiera ahí, me dió además la portada del disco con la cual fui a la cabina.
En la cabina y a través de la ventana, él me hizo una señal de Ok y la música empezó a sonar por los parlantes colocados en ese cubículo, eran unas tonadas que no podía definir en ese momento, pero ahora describo como bellas y distintas.
Eran guitarras acústicas logrando arpegios maravillosos, sentí en ese preciso momento que ya no era el mismo niño que había entrado a esa tienda me sentí un poco más alto, más viejo, más sabio. No sabía el nombre de la canción ni del grupo, en la portada decía Led Zeppelin, y atrás las letras de una canción en ingles “Stairway to heaven”
Cuando terminó la canción habían pasado varios minutos, y se escuchó, el scratch de la aguja del tornamesa, que fue interrumpida por el vendedor, él, me miró y me hizo un gesto para que acercara , cuando llegué al mostrador me preguntó – ¿te gustó?
Le dije -si-, aunque no estaba seguro si me había gustado o asustado, tenía esa sensación de haber tocado algo prohibido, de haber tomado la plata de mamá, me sentía sin torax.
El vendedor me explicó que era la mejor canción de rock que había en ese momento, y me dijo que se llamaba Escalera al cielo.
Cuando me dijo el nombre de la canción me tranquilizó un poco, pues sabía que en casa no disgustaría a nadie que escuchara algo que tuviera ese nombre, así que le pregunté cuanto costaba, no me acuerdo el precio que me dijo, busqué en mis bolsillos y junté el dinero, al hacerlo el vendedor me dijo que pagara en caja y que cualquier cosa guardara el recibo. Me hizo un guiño y salí con el disco en una bolsa y toda la emoción de llegar a casa para descubrir ese cuadro del anciano y las demás canciones prohibidas.



Entré apresurado a la sala, cerré la puerta e instalé el tocadiscos, tiré fuera el disco, lo puse; subí el volumen, sabiendo que en casa solo estaba Berna, mi nana, quien no me diría nada por la bulla, era su consentido.
La aguja amplificó el sonido de los surcos iniciales, esos que tienen distinto color, son más negros antes de empezar la canción, pero esta vez no empezó la guitarra que espera otra vez escuchar, sino más bien la voz del cantante “Hey, hey, mama, said the way you move...” y luego simplemente rockandroll.
Instintivamente bajé el volumen, luego de unos segundos, sabía que aquello era prohibido, no era común, no se parecía en nada a Parchís, o a los Iracundos, no tenia nada que ver con la música de cámara, ni con Palito Ortega, era negro, era blanco a la vez, era el abuelo de la portada quien tenía un plan macabro para mi.
Tuve miedo, sobre todo por el momento en el que los demás escucharan esa música, pero mi curiosidad me hizo seguir escuchando la siguiente canción, y esa si que era un sacudón, nunca había escuchado la velocidad, ni la vida expresada de esa forma, seguí la pista a las canciones, y la primera era Black Dog, la siguiente Rock and Roll, no necesitaba saber más, era el rock prohibido del que hablaban, era seguramente aquello satánico de los adultos comentaban de vez en cuando, ¿cómo explicaría el que hubiera gastado mis ahorros en ese disco, qué dirían en mi colegio hipercatólico si supieran que el acólito y el boyscoutt había comprado ese símbolo del mal? Tenía muchas cosas en la cabeza, pero ninguna me distraía tanto como para no terminar de escuchar el disco, por un lado y el otro, Led Zeppelin y el cuadro del anciano giraban en mi memoria aquellos días.



Tuve que esconder el disco detrás de un aparador por un mes, hasta tener algo más de dinero y comprarme otro disco, pero esta vez uno de Menudo y de Palito Ortega, así que cuando me preguntaran ¿qué había hecho con mi dinero? les diría que me había comprado discos y si querían escucharlos pues no habría problema esa música estaba en los estándares de mi hogar, el rock había hecho de mi un perfecto tramposo y embustero, que a escondidas consumía sus notas transgresoras y sus alaridos de vitalidad
El disco le hice escuchar a uno que otro amigo pero ninguno fue tan afectado como yo, me parecía extraño que ellos no quisieran volver a escucharlo una y otra vez. Hasta yo me aleje un poco de el por unos meses, pero un día que finalmente estuve sólo busque en mi escondite secreto y el disco ya no estaba, un frio corrió por mi cuerpo, fue la misma sensación que cuando mi madre encontró mi primera porno o mi primer condón, el disco había desaparecido, pero revisé entre los demás y ahí estaba alguien lo encontró y lo había puesto entre palito y los Parchís.



Por la noche pregunté a mi madre si había visto mis discos que había comprado y Berna interrumpió la conversación y dijo que al limpiar el mueble de la sala había caído un disco y que lo había colocado junto a los demás.
Mi madre me preguntó -¿te compraste más discos, y de quien?
- de parchís, de menudo, uno de break dance y uno de Led Zeppelin- le contesté.
Ella respondió algo sorprendida -¡cuánto has gastado en eso de donde sacaste la plata!
Yo -eran mis ahorros- ella respondió -bueno después no me pidas para tus juguetes-
Ella me respondió cualquier cosa, ni siquiera se había percatado del nombre que le mencioné (Led Zeppelin), es que mi madre pertenecía a esa porción de personas que le gusta la música pero no le apasiona y entendí ese momento la primera diferencia con ella y desde entonces encuentro oyentes y apasionados. Aquellos que cantan y se divierte y aquellos que sienten y se involucran con la música.




Pero he descubierto también un grupo de seres que simplemente no les gusta la música y hacen uso infausto de ella, y la usan como si fuera una vela, la cual encienden para iluminar momentáneamente sus monócromas vidas hasta que la cera se disuelve.





La música no ilumina nuestros días, es la luz y el arcoíris. La música no es el ruido de fondo, es la esencia fundamental de todas las estructuras, todos los puentes y edificios, ciudades y planetas están compuestos de música, nosotros somos música, este teclado lo es, tu respiración y la percusión interna de nuestro cuerpo así lo demuestra.



Es imposible darle la espalda a la música, tratarla con desdén, afrontémosla y descubramos ese mundo que está a la espera de nuestros sentidos y no necesariamente está en nuestra casa en nuestros medios y entornos, la música está en todas las partes, pues el todo es ella.



Otorguemos a los niños las herramientas adecuadas para escuchar toda la música, enseñemosles que la música no tiene fronteras, ni colores definidos, ayudemosles a entender que la música no es buena ni mala, así curaremos algunas heridas que esta sociedad se ha creado por la indiferencia hacia ella.