La sangre de Francesca
Se sorprendió de lo avanzada que era la tecnología cuando lo vio sangrar.
-¿Tú podías sangrar?- habló sin pensar.
-Claro mi amor. ¿Acaso tú no puedes? –respondió Francesca.
Y en eso recordó aquella tarde gris en que la compró. Quería ocupar un vacío muy grande en el fondo de sus sentimientos. Toda su adolescencia y gran parte de su juventud estudiando para ser lo que ahora era: un doctor en Astronomía, pero a la hora de buscar amor solo encontraba mujeres movidas por los intereses que tenía; ninguna de ellas podía darle ese abrazo que se sabe sincero, un beso sin que él lo buscara. Y fue en eso que caminando por el centro comercial una mujer le sonrió con ese amor que solo había encontrado en su madre. Era la mujer más hermosa que había visto: sus ojos negros como la noche hacían contraste con un rostro blanquecino y la nariz perfilada, los pómulos ligeramente enrojecidos y una sonrisa que traía recuerdos de una era pasada como la de Grecia (seria y bella); pero igual de muerte. Un cuerpo lleno de gracias. Una unión de miradas impactó en ellos.
-Su nombre es Francesca- lo sacó de sus pensamientos el vendedor de una tienda-Aunque si desea puede cambiarle el nombre. Es lo último en tecnología robótica.
-¿Es un robot?- respondió con sorpresa Luis.
-Claro. Y le aseguro que es el modelo más avanzado del mundo. Hay también otras versiones…
-¡No! Me gusta ella, me gusta su nombre, la quiero a ella.
El vendedor se sorprendió de notar en Marco el hablar de un hombre enamorado.
-¿Cuál es el precio?- se apuró Roberto.
Al decirle el vendedor se sorprendió del costo, pues era la mitad de su fortuna. Se sorprendió más de si mismo cuando la acepto sin ninguna clase de reparos. La amó desde el primer día. Ella era el augurio que faltaba, después del exceso del trabajo, una sonrisa de ella reparaba el cansancio, sus besos maternales y tiernos le dieron la seguridad que tanto le faltaba. Ella se convirtió en el ser que más amaba. Ahora después de mucho tiempo un corte de papel le hizo acordar lo que verdaderamente era: nada. Un conjunto de materia y tecnología que imitaban los sentimientos humanos; pero sin serlo. Francesca no pensaba, no existía; era, pues simplemente una obra maestra del gran intelecto humano, mas era también un engaño. Ella era la única en quien confiaba, con la que reía, lloraba o podría sentirse amado: Pero no existía era solo una máquina que cumplía su función.
-Amor, enséname tu herida- decía Roberto con una lágrima en la mejilla.
-¿Por qué lloras? Es solo una herida- decía con esa voz que era arrullo Francesca.
Roberto no respondió, solo chupo la herida del dedo sangrante. “Hasta el sabor era exacto” pensaba a la vez que succionaba la herida “tal vez si no le hubieran puesto sangre…sus abrazos no serían tan reales”. Tocó su muñeca y tenía pulso “Por tanto debe de tener corazón”. Acercó su cabeza a su pecho y pudo sentir sus latidos. Sentía como su pecho se inflaba y desinflaba al compás de sus respiros. “Es imposible que no exista si tiene más vida que yo” finalizó sus pensamientos antes de terminar en llanto.
-¿Por qué lloras?- preguntó Francesca poniendo la cabeza de Roberto entre sus piernas.
-Por nada, mi vida…nada.
El ruido de los perros, la tarde que moría daban un aspecto más incómodo a la escena.
-Francesca- la miró- ¿Me vas a querer siempre?
-Siempre.
Sus ojos sollozantes cerraron para terminar en un sueño profundo de paz.
*
Se levantó totalmente repuesto. La radio ponía una canción alegre de los ya históricos “Beatles”; el día ya empezaba a ser soleado. Estaba todavía en el sofá y veía su ropa planchada con el café y huevos revueltos en la mesa. La noche (a ironía con el día) había sido helada razón por la cual estaba abrigado con unas sábanas (puestas por Francesca), pero salía el sol y todo un día por venir.
-Ya te haces tarde para el trabajo. Van a hacer las 8. ¡Apúrate dormilón!
Roberto había hecho esa rutina toda su vida: levantarse temprano, trabajar, llegar tarde y llegar así a un domingo sin novedades. No había estudiado tantos años motivándose para terminar en días muy comunes; él se había evitado los placeres de la vida para terminar viviendo plenamente. Eso siempre lo tenía presente, pero la vida lo había hecho olvidar.
-¿Sabes qué? Ya no quiero trabajar.
-¿Por qué> Estás mal, no puedes dejar de trabajar.
-Si puedo- la interrumpió- Ya no quiero pasar horas sin ti. Ahora quisiera verte todo el tiempo. Dedicarnos a vivir plenamente los dos.
-¿Y de qué viviremos?
Roberto río de la manera más sencilla posible.
-Tenemos una fortuna. No tiene sentido trabajar, tenemos para vivir toda la vida viendo lo hermoso que es estar vivo.
Aquella palabra de “vivo” le hizo volver a la realidad. Francesca no está viva y mucho menos muerta: simplemente no existía; estaba conversando con la nada. Lo sonrisa se le borró.
-Vamos pues amor, que emoción- entró la voz de Francesca para entibiar el alma- ¿Y qué hacemos con la empresa?
-La venderemos. Comenzamos ahora mismo a vivir el tiempo juntos.
Roberto no recorría las calles cubiertas por el sol desde la infancia; ver el alba del sol, suspirar ante la luna eran cosas casi nuevas. Viajes hacía las maravillas del mundo, comidas exóticas, paisajes de aires nuevos…el hecho de caminar sin tener algo que hacer. Estar en paz.
Compró una isla donde la cual ambos (Francesca y Roberto) reinaban a un pequeño pueblo al cual Roberto les daba todas las comodidades por lo cual ambas partes estaban complacidas.
Playas azules como el cielo y arenas rubias como el atardecer. El tiempo no era algo que importara. “Un vodka” preguntaba un aborigen. “Dos vodkas, amigo”, respondía Roberto a la vez que le sonreía a Francesca. Días enteros sentados en la arena con la cabeza entre las piernas de Francesca; que acariciaba su cabello con esas manos de seda.
*
Habían pasado dos años de esa tarde gris que la vio sangrar. La memoria en ocasiones hace recordar lo que justamente queremos borrar. Horrible ironía. Marco recordaba claramente el día y sentía temblar sus piernas y doler su cabeza.
-¿Por qué te molestas?- preguntó Francesca, y repitió esa pregunta todo el día. Roberto en el fondo quería que le preguntaran, y la máquina sabía su psicología.
-Porque te amo- dijo al fin Marco diciendo todo lo que tenía que decir.
-No entiendo- dudaba con esos ojos que analizaban sus reacciones- Pero tampoco me interesa…con que sepa que me amas me basta- t comenzó a acariciarlo para que s ele vaya la amargura.
Roberto estaba con la impotencia de no saber qué hacer para contrarrestar la amargura.
-Francesca, dame tu dedo- dijo Roberto- Bien, perdóname- se lo dijo mirando a sus ojos negros y le hizo una pequeña herida la puso en un vaso con agua y ésta se tiñó como el vino. Se hizo una herida a su dedo y lo puso en el mismo vaso.
-¿Qué haces?
-Hoy no es un buen día. Siento que si hago esto en cierta forma nuestras almas se unirán- y bebió la mitad del vaso e hizo señas para que ella también lo hiciera.
-No te comprendo a veces; pero sé que si lo haces es por amor, lo sé- y se terminó la copa. Un beso con los labios sangrantes fue una mezcla de amor y sangre. La escena tomó un tono romántico y artístico. El amor llegó a su punto más alto.
-Nos asaltaron-gritó de pronto un aborigen- Vinieron barcos. Están matando a todos; quieren su fortuna señor Roberto- cayó con una bala atravesada en la espalda.
Roberto cogió una pistola, se la dio a Francesca. Corrieron y se trataron de esconder. Cuando se vieron cercados y sin esperanzas, Roberto ordenó a Francesca disparar la pistola que le dio. “Lo siento, no puedo hacer eso”. Y el cuerpo perfecto de Francesca de destruyó. Roberto vio el corazón falso, los pulmones que eran máquinas de plástico que simulaban la respiración, vio su interior metálico, se convirtió en una barrera que lo protegía de las balas que ya se estaban tirando. Roberto cubierto de la sangre falsa de Francesca vio que Francesca ya no existía ni como ser inanimado, la máquina pasó de ser mujer a una barrera que lo protegía. Cogió el rasurador que tenía en los bolsillos y se cortó sus venas poco a poco terminó en un sueño profundo.
*
-Despierta imbécil- lo despertó Francesca- te has pasado todo el día durmiendo. Qué triste es tu vida- Y se fue así al recreo donde la esperaba con un beso su enamorado:
Ahí estaba Francesca. Hermosa con su falda escocesa y su blusa blanca. Era totalmente distinta como la había sonado. Ella era fría y distante con él. Con él que la amaba tanto como ningún otro la amaría, pero estaba viva. El cuento era un idealismo de ese amor no correspondido. El sueno fue una pesadilla, y ella estaba realmente viva. Todavía latía la esperanza.